Acta Académica, 76, Mayo 2025, ISSN 1017-7507
La construcción de la masculinidad siniestra: una mirada al capítulo primero de “La ruta de su evasión", de Yolanda Oreamuno, desde la perspectiva ominosa freudiana Uncanny Masculinity Construction: A Look at Chapter One of “The Route of His Escape” by Yolanda Oreamuno, from a Freudian Perspective
Nancy Mena-Fallas1
Resumen:
Este análisis literario profundiza en la fascinante convergencia entre literatura y psicología, centrándose específicamente en el primer capítulo de la novela La ruta de su evasión (1948) de Yolanda Oreamuno. Utilizando un enfoque hermenéutico-freudiano desde la teoría de lo ominoso (unheimlich) de Freud (1919), se examina cómo lo familiar experimenta una transformación desconcertante en manifestaciones de lo ominoso, al punto de desencadenar el surgimiento de una masculinidad y feminidad siniestras, que revelan los rincones oscuros de la psique individual y colectiva. De la convergencia de lo ominoso con el feminismo, se destaca la posibilidad de encontrar un relevante marco conceptual que permita ver desde una óptica distinta la literatura escrita por mujeres.
Palabras clave: LO OMINOSO - YOLANDA OREAMUNO - FEMINISMO - MASCULINIDAD - DUALISMO - GÉNERO - FREUD.
Abstract:
This literary analysis delves into the fascinating convergence between literature and psychology, focusing specifically on the first chapter of the novel La ruta de su evasión (1948) by Costa Rican author Yolanda Oreamuno. Employing a hermeneutic-Freudian approach grounded in Freud’s (1919) theory of the unheimlich (the uncanny), the study examines how the familiar undergoes a disquieting transformation into manifestations of the uncanny, ultimately triggering the emergence of sinister forms of masculinity and femininity that expose the darker recesses of both individual and collective psyche. From the convergence of the uncanny and feminism, the analysis highlights the potential for uncovering a meaningful conceptual framework through which literature written by women may be viewed from a renewed and distinctive perspective.
Keywords: UNCANNY - YOLANDA OREAMUNO - FEMINISM - MASCULINITY - DUALISM - GENDER - FREUD.
Recibido: 18 de noviembre de 2024
Aceptado: 30 de abril de 2025
Introducción
El presente estudio articula la tradición filosófica hermenéutica con el análisis psicoanalítico de lo ominoso como propuesta metodológica para el análisis de la literatura feminista. Inspirado en la noción de “fusión de horizontes”, propuesta por Hans-Georg Gadamer (1960) y en el concepto de “círculo hermenéutico”, desarrollado por Paul Ricoeur (1970), se concibe la interpretación literaria como un proceso dialógico e iterativo entre lector y texto. Esta perspectiva permite atender tanto a la literalidad del discurso narrativo como a sus dimensiones simbólicas y afectivas.
Desde esta base metodológica, se recurre a la noción de lo ominoso (también llamado de forma equivalente: “siniestro”), formulada por S. Freud, en su texto del año 1919, para indagar en los mecanismos mediante los cuales lo cotidiano se torna inquietante y amenazante. Como él mismo teoriza:
La palabra alemana unheimlich es, evidentemente, lo opuesto de heimlich (“íntimo”), heimisch (“doméstico”) o vertraut (“familiar”); y puede inferirse que resulta terrorífica precisamente porque no es conocida (bekannt) ni familiar. Sin embargo, no todo lo nuevo y desconocido es necesariamente terrorífico [énfasis añadido]; la relación no es reversible. Solo puede afirmarse que lo novedoso puede tornarse con facilidad en algo terrorífico y ominoso; es decir, parte de lo nuevo puede ser ominoso, pero no todo lo es. Para que lo nuevo y no familiar sea verdaderamente ominoso, debe agregarse un elemento adicional que lo convierta en tal [énfasis añadido](Freud, 1986, p. 220).
Adicionalmente, se considera el concepto de “el doble”, presente también en esta teoría, como una vía para interpretar la fragmentación identitaria que afecta a los sujetos masculinos representados en la obra. Con este enfoque se busca dilucidar cómo las configuraciones de la masculinidad y la feminidad, enmarcadas por estructuras patriarcales, emergen como representaciones ominosas cuando se exponen a la mirada psicoanalítica.
En este sentido, se observa que la literatura feminista proporciona un escenario que legitima el abordaje propuesto, pues ambas perspectivas se ocupan de revelar lo soterrado en los discursos culturales: el psicoanálisis, a través del inconsciente; el feminismo, mediante la deconstrucción de las jerarquías de género.
Aunque ciertamente las teorías freudianas han sido objeto de críticas por parte de algunos sectores de la teoría feminista y los estudios culturales, la categoría de lo ominoso ha mantenido su vigencia dentro de la teoría literaria y de la estética como herramienta crítica por su capacidad para evidenciar tensiones latentes en el lenguaje narrativo. Precisamente, el psicoanálisis, dice Freud (1986): “(…) sucede que deba interesarse por un ámbito determinado de la estética, pero en tal caso suele tratarse de uno marginal, descuidado por la bibliografía especializada en la materia” (p. 219).
Por tanto, al ser leída desde una perspectiva contemporánea, esta noción permite desarticular lo aparentemente familiar y devolverle su carácter inestable, poniendo en juego lo reprimido, lo excluido y lo no dicho en el relato. Cabe mencionar que lo ominoso ha sido apropiado por múltiples corrientes teóricas dentro de los estudios literarios, incluyendo la crítica posmoderna, el feminismo psicoanalítico y los estudios culturales —cuidando sus límites conceptuales— como una vía legítima para problematizar la representación del sujeto, el deseo, el cuerpo y el poder.
En este marco, se ha observado que la literatura escrita por mujeres, en particular cuando problematiza el lugar del sujeto masculino, recurre con frecuencia a giros narrativos que desestabilizan lo familiar, lo normativo y lo aparentemente estable. Estas operaciones discursivas generan un efecto de “extrañamiento” que permite pensar lo ominoso no solo como una categoría afectiva, sino también como una herramienta crítica para interrogar los modos en que el poder, el género y la identidad son construidos literariamente.
El corpus de análisis de este artículo está constituido por cuatro escenas seleccionadas del capítulo primero de La ruta de su evasión, de Yolanda Oreamuno, escogidas por su densidad simbólica en la representación de una masculinidad fracturada. El procedimiento parte de una lectura inicial orientada a identificar indicios de lo ominoso, continúa con una contextualización hermenéutica que enlaza texto, autora y horizonte del intérprete, y culmina en la confrontación sistemática de los hallazgos con los planteamientos del psicoanálisis freudiano y con aportes relevantes de la crítica literaria contemporánea, con el fin de desentrañar las manifestaciones más sutiles de la masculinidad ominosa en la obra.
La elección de la teoría de lo ominoso responde también a la necesidad de explorar cómo lo aparentemente familiar en el entorno narrativo —la casa, la familia, los afectos— se transforma en un espacio cargado de ambigüedad y desasosiego. Esta tensión simbólica se traduce en la construcción de una subjetividad masculina que evidencia fracturas internas y contradicciones identitarias, la cual se evidencia con claridad en los personajes masculinos que inauguran la obra y desde la cual se construye también lo femenino.
En consecuencia, la lectura propuesta no se limita a un análisis temático o argumental, sino que se adentra en las estructuras latentes del texto, donde lo ominoso opera como signo de lo no resuelto, de lo reprimido y de lo amenazante. Si bien el análisis se circunscribe al primer capítulo de La ruta de su evasión, la articulación metodológica aquí planteada se propone como una vía posible para futuras investigaciones que deseen explorar otras secciones de la novela, así como textos literarios de naturaleza similar donde lo ominoso actúe como eje de disrupción simbólica y subjetiva.
Hacia el encuentro literario con lo ominoso
La convergencia entre la literatura y la psicología ofrece un espacio fascinante para la exploración de los recovecos más oscuros de la experiencia humana. Dentro de este marco, la teorización freudiana de “lo ominoso” emerge como un valioso enfoque literario para desentrañar los misterios de la mente y la narrativa. Precisamente por ello, se emplean sus postulados para revisar la obra La ruta de su evasión de la afamada escritora costarricense Yolanda Oreamuno, la cual ha sido analizada comúnmente desde las teorías feministas.
En la novela La ruta de su evasión, publicada en 1948, apenas ocho años antes de su temprano fallecimiento, Oreamuno despliega un tapiz narrativo intrincado que invita a los lectores a adentrarse en los rincones más profundos de la psique humana. Esta obra, rica en el desarrollo psicológico de sus personajes, se presta de manera excepcional para el análisis a la luz del concepto de lo siniestro, propio de la propuesta teórica freudiana.
En este contexto, se evidencia cómo los elementos cotidianos se transforman en inquietantes manifestaciones de lo siniestro a medida que la protagonista y otros personajes de la obra reflexionan sobre su propia existencia. En este punto, es pertinente mencionar la concepción de Freud (1986) sobre lo ominoso o siniestro: “lo ominoso es aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo consabido de antiguo, a lo familiar desde hace largo tiempo” (p. 220). Y es que, precisamente, Oreamuno teje una narrativa en la que la familiaridad inicial se desdibuja poco a poco conforme se avanza, dando paso a una serie de eventos y símbolos que generan una sensación de malestar en el lector.
Es así como la teoría freudiana ofrece una clave interpretativa para entender esta metamorfosis psicológica y examinar cómo los elementos familiares, al ser sometidos a una mirada más profunda, adquieren una cualidad desconcertante, revelando así los rincones oscuros de la psique individual y colectiva.
Ahora bien, es un hecho consabido que la obra de Oreamuno se ha analizado lógicamente desde el feminismo (ver, por ejemplo: Arrillaga (1989), Crespo (2005), Zapparoli y Núñez (2007) y Quirós (2008), entre otros. Esta última lo hace muy acertadamente desde una lectura junguiana); sin embargo, no es por ello excluyente proponer un análisis desde la teoría literaria de lo siniestro. Este abordaje que se propone aquí no es tampoco novedoso: Sanabria (2016) utiliza la teoría freudiana para analizar cómo el espacio familiar de la casa principalmente se vuelve un lugar unheimlich (siniestro) conforme avanza la narrativa de esta obra y de Larga noche hacia mi madre, de Cortés.
Sin embargo, en este trabajo se intenta ir un paso más allá al postular que lo ominoso no es solo un locus, sino que se evidencia en la construcción de la identidad de los personajes de la novela, entrelazándose adecuadamente con el feminismo y formando un tejido conceptual que amplifica la resonancia de la obra en estudio. La experiencia de lo siniestro, según Freud (1986), a menudo se vincula con lo reprimido en el inconsciente (p. 240), y esta noción encuentra eco en las raíces del feminismo, pues ambas teorías desentierran lo oculto, revelando dinámicas de poder y las sombras de una sociedad que, aunque familiar, se torna inquietante cuando se desentrañan las capas de la opresión de género.
Con los dos personajes masculinos con los que da inicio la obra: don Vasco y Gabriel; padre e hijo, respectivamente, se devela la visión del sexo opuesto y cómo se construye su masculinidad desde esa oposición irreconciliable que acertadamente ya había observado Garro (1977; citado por Quirós, 2008) en la novela: “la configuración del mundo está formada por la oposición hombre vs. mujer, la cual se produce por la sumisión femenina y la incomunicación familiar y social” (p. 65).
El encuentro con lo ominoso (unheimlich) de la novela será el catalizador de la introspección, que develará las estructuras de poder patriarcal que subyacen en la narrativa y permitirá confrontar de manera crítica las sombras que acechan en la intersección entre lo familiar y lo desconocido.
La inquietante inversión de la familiaridad
En La ruta de su evasión, Oreamuno teje una red de elementos cotidianos que, a pesar de su aparente familiaridad, adquieren una dimensión inquietante. Desde la primera página del primer capítulo, nos encontramos con una escena familiar que inicia en un conflicto in media res: Roberto llama a su hermano Gabriel y le ordena traer al padre, quien aparentemente tiene dos días desaparecido por andar “de farra” (Oreamuno, 2012, p. 16).
De inmediato, el elemento del temor se comienza a asomar en conexión directa con el poder: don Vasco, el padre alcohólico, “regresaba desintegrado, pero temeroso de rebajar su severa como despótica posición familiar, esforzábase por parecer más hosco y huraño” (p. 15; la negrita es suplida). De manera interrelacionada, Gabriel, se muestra adverso a la petición de traer a su padre, quizá temiendo las consecuencias de su regreso: “¿Por qué pienso esto? ¿Por qué pienso que es eso? No quiero ir. Que vaya él. Sin embargo, no se atrevió a preguntar adónde [énfasis añadido], ni Roberto hizo la menor alusión al sitio.” (p. 15-16).
Gabriel busca a su padre con temor, como si fuera un niño pequeño perdido, y sin saber dónde está, termina siguiendo el único camino que le es conocido: “Cruza entonces despacio la avenida. No se da cuenta, pero sus pasos, obedientes a un ritmo mecánico, repiten el único camino familiar: el de su Facultad” (p. 16). Sin embargo, “el camino familiar” se desdibuja para dar paso al deseo de una criadita que alguna vez había visto en su ruta y que trastoca por unos momentos la preocupación de su búsqueda en un recuerdo erótico, hasta que toma conciencia de lo que está haciendo al pensar en otra mujer (de la cual se ignora su identidad) y descubre su error: “(…) voy sin saberlo camino de la Facultad. ¡Qué estúpido! Recapacita su miedo inicial [énfasis añadido], su congoja”. (p. 17).
Al tomar un taxi para acelerar su búsqueda, se encuentra con la pregunta incómoda del chofer que lo hace revelar su necesidad imperativa de encontrar al padre sin saber dónde se encuentra y que lo lleva a una perorata incómoda en la que describe a don Vasco con el fin de que el taxista le ayude a buscarlo, pero termina diciendo más de la cuenta y tiene una suerte de catarsis, que sorprende a ambos, pues el joven logra exponer su carácter violento y vanidoso, como si fuera una especie de ogro de cuento de hadas: “No tiene compasión de nosotros. Nunca demuestra nada. ¡Es cruel! ¡Oh! ¡Es muy cruel! (…) [énfasis añadido]” (p. 21). No obstante, una vez recapacita sobre lo dicho, atenúa su discurso: “[Si tuvieran que describirlo] les daría miedo. Si él estuviera delante les daría miedo (…). Le tememos [énfasis añadido]. Es ¿a él? Es a su desamor y su indiferencia” (p. 22).
La relación anterior evidencia cómo lo familiar se vuelve ominoso: el padre, quien debía ser el protector, se convierte en una figura adversa, incluso indeseable, por su violencia y su desamor para con su núcleo familiar. Al ser interrogado, Gabriel deja salir lo ominoso del carácter de su padre, ya que logra “reconducir a lo reprimido familiar de antiguo” (Freud, 1986, p. 246).
La misma situación se presenta cuando Gabriel para en el primer burdel en el que el taxista considera que puede estar su padre. Su indecisión al entrar es motivo de burla por parte del chófer, quien le increpa: “¡Entre! ¿Tiene miedo? [énfasis añadido]” (p. 25) y le menciona que no le diga que es la primera vez, porque claramente desde su perspectiva masculina (la del taxista), un hombre no puede tener miedo de nada relativo al sexo y debe ser un conocedor en la materia.
Este lugar, ignoto para Gabriel, no se distingue al inicio por su carácter siniestro. Precisamente, Freud (1986) postula la dificultad de lograr esa distinción: “Uno querría conocer ese núcleo, que acaso permita diferenciar algo «ominoso» dentro de lo angustioso” (p. 219). Pronto, Gabriel descubre su atmósfera desagradable y casi infernal, donde los hombres andan “diabólicamente frenéticos” y las mujeres se le asemejan a perros atados y violentos (p. 25).
No obstante, el lugar siniestro y desconocido comienza a convertirse en familiar para Gabriel también, quien, sin embargo, quiere desligarse de los hombres agresores y presentarse como una especie de hombre deconstruido, la antítesis de su padre, al intentar hacerles saber a las mujeres con su mirada: “Yo no vengo a golpear, vengo a buscar a mi padre (…) porque yo soy el hombre que no va a golpear” (p. 26). Su deconstrucción que le hace ver (y sentirse) casi como un héroe redentor se desdibujará en las siguientes páginas de la novela, conforme se devela su relación con el sexo opuesto.
La feminidad ominosa como detonador de la masculinidad siniestra
En medio de su búsqueda, Gabriel se ve expuesto al sexo femenino de una forma baja, degradada, por lo que descubre su carácter monstruoso, casi arquetípico (desde la construcción junguiana), que sale a flote para él desde el inconsciente, con esa connotación sexual en la que tanto insistió Freud (1986): desde el trauma infantil no resuelto. Al respecto, señala: “En lo ominoso que proviene de complejos infantiles no entra en cuenta el problema de la realidad material, reemplazada aquí por la realidad psíquica” (p. 248). Así, en Gabriel, la autora revive un trauma infantil de connotación sexual, al enfrentarse a una prostituta, que le recuerda su necesidad primaria de tocar los pechos femeninos de una mujer, Frau Schneider, que conoció de niño, una criada que amamantaba a una niña, y quien desató en el pequeño una violencia primitiva, que lo aterrorizó:
Gabriel miró aquello y volvió la cara al otro lado, su corazón saltó con miedo. Era miedo de ver otras cosas como esa en la vida; miedo de chocar con el espectáculo [énfasis añadido]. Obscuras cosas se revolvieron dentro de sí: asco, deseo de tender la mano y apretar hasta hacer daño, urgencia de mirar más, terror, vómito, ¡esa leche! (…) Igual que hoy, horror y necesidad de mirar [énfasis añadido], ganas de tocar, hasta los muebles (…). Voy a ver cuando esté cerca, voy a romper el vestido para sentir otra vez el horror de aquel día[énfasis añadido], pechos, necesito verlos, ¡necesito tocarlos! (Oreamuno, 2012, pp. 28-29).
La mujer monstruo (la prostituta) que se acerca a Gabriel con una “mano obscenamente maternal” podría ser la solución para que el joven resuelva su trauma infantil de aquella vez en que no pudo entender lo que veía ni tocar los pechos que lo atrajeron. Sin embargo, Gabriel la rehúye y escapa de esta sustituta o doble, a pesar de querer revivir el horror de ese día. Se observa cómo ese episodio ominoso apeló a sus instintos más bajos y despertó una sexualidad confusa a una temprana edad, donde no pudo canalizar ese deseo adecuadamente, por lo que se terminó convirtiendo en un trauma que lo persigue hasta en sus sueños o, más bien, pesadillas: el “raro lazo de pezones” que lo abrazan hasta casi estrangularlo (Oreamuno, 2012, p. 31).
El deseo irresoluto comienza a despertar en Gabriel la curiosidad por saber si los hombres, incluido su padre, padecen las mismas ansias carnales. Su deconstrucción original al entrar al primer burdel cae en pedazos cuando descubre que en realidad él quiere ser su padre: “yo también quiero tocar, como él cuando golpea yo también quiero golpear, como él cuando mira yo también quiero mirar” (Oreamuno, 2012, p. 31; la cursiva es del original). Curiosamente, la autora representa su transmutación a través de las cursivas que lo distinguían, que se van fundiendo hacia la letra redonda que representa los actos de su padre. Finalmente, Gabriel naufraga y se convierte figurativamente en su padre, al cometer el acto carnal con una de las prostitutas y surge así el doble, que se analizará con mayor detalle en el apartado siguiente.
La dualidad siniestra como evasión de la muerte
Para Freud (1986), el doble es una de las manifestaciones de lo ominoso, que ya había sido identificada por O. Rank, en 1914, como un recurso humano para evadir el aniquilamiento de la muerte. Sin embargo, Freud va más allá al señalar que el doble no es solo una persona, sino que puede ser “el permanente retorno de lo igual, la repetición de los mismos rasgos faciales, caracteres, destinos, hechos criminales, y hasta de los nombres a lo largo de varias generaciones sucesivas” (p. 234).
Oreamuno (2012) parece entender esto a la perfección, pues presenta a Gabriel como el doble de su padre: el joven puro y virginal ha descendido al infierno y se convierte en ese ser ominoso al que temía y odiaba, al punto tal que su propio padre se sorprende al verlo: “¡Tú aquí!” (p. 31). Casi enseguida, Gabriel le exige respeto a su padre, aun en el estado deplorable al cual ha sucumbido, el respeto del cual se enorgullecía tanto don Vasco de haber sembrado en su familia a través del terror. Don Vasco se ha convertido en una especie de deus otiosus, ante el hijo que ha superado al padre, al transformarse en una criatura casi aún más ominosa que este, en su doble siniestro (“Tú… tú que… haces lo mismo que yo… exacta…mente lo mismo”) (p. 32).
En este sentido, Gabriel ha cumplido a cabalidad con la definición dada por Freud (1986): “El doble ha devenido una figura terrorífica del mismo modo como los dioses, tras la ruina de su religión, se convierten en demonios” (p. 236). La idea del doble freudiano se refuerza cuando la autora insiste en la unidad que conforman padre e hijo, como espejo uno del otro; unidad que el primero se resiste a reconocer desde la culpa y que le ha hecho perder autoridad (p. 33).
La teoría enunciada por Rack se confirma también, pues Oreamuno (2012) postula: “Gabriel mira todavía a su padre desde una unidad perentoria, pero fuerte. Lo mira orgulloso” (p. 33), es decir, que la muerte se ha superado y nuevamente se da la inversión ominosa, pues el personaje siniestro, don Vasco, se ha convertido en una inspiración para el joven, antiguamente aterrorizado e inocente, quien, sin temor ya ante el padre amenazante, le hace ver su identidad semejante, cuando este, irónicamente, lo insulta con las palabras que probablemente todos temieron decirle alguna vez: “Don Vasco aprieta los puños siniestramente: —¡Borracho asqueroso! ¡Y te has revolcado…! —¡Como tú! ¡E…xac…ta…mente…te… como tú! [responde desafiante Gabriel]” (p. 34).
El acto sexual en el que ha participado Gabriel por primera vez no ha resuelto su trauma infantil, sino que esta experiencia ha sido traumática a su vez, por lo que, más bien, ha terminado convertido en lo que más temía: ser el hombre que golpea, es decir, su padre. En este sentido, lo ominoso proviene del cumplimiento proverbial de esta transformación: “Tomemos lo ominoso de la omnipotencia de los pensamientos, del inmediato cumplimiento de los deseos, de las fuerzas que procuran daño en secreto, del retorno de los muertos. La condición bajo la cual nace aquí el sentimiento de lo ominoso es inequívoca” (Freud, 1986, pp. 246-247).
La operación de su transformación monstruosa se completa cuando él mismo se reconoce como el doble de su padre y no se avergüenza de ello, al estilo en que otros célebres personajes de la literatura como Dorian Gray o Mr. Hyde se liberan de sus sombras y manifiestan su verdadero yo siniestro: “somos iguales… por primera vez… ya que he… golpeado… tam… bién” (Oreamuno, 2012, p. 34).
La represión sexual que hasta la fecha había logrado canalizar Gabriel a través de sus estudios se ha desvanecido en el lupanar. Cabe recordar que, veladamente, Oreamuno (2012) parecía sugerir la homosexualidad de Gabriel, pues en un momento determinado de la búsqueda, tras haber visto a la prostituta semidesnuda, sublima su violencia a través del deseo homoerótico: “Tal vez los ojos de él se nublen como lo de esas mujeres, cuando sea él el golpeado, como ellas [énfasis añadido], y no como siempre, el que golpea; ver de cerca, sentir eso en las manos, aunque dé asco (…)” (p. 31).
No obstante, la aparente feminización de Gabriel, que lo llevaba a estar subyugado a su padre, cede ante la manifestación de una masculinidad violenta, que se erige sobre los otros desde una jerarquía de poder: lo siniestro se manifiesta ahora desde la inversión de esa jerarquía en donde el padre ocupaba la cima. El padre, ahora un deus otiosus, ha descendido a la base donde también se encuentran todas las mujeres, putas y no putas (“todas eran más o menos iguales”, se confirmará más adelante en la obra en la página 306 de la obra), debilitadas y sumisas; por eso, Gabriel ahora le demanda respeto a su padre como si éste fuera una puta más: “Tú me… respetas como esta… [énfasis añadido]” (p. 34).
En lo sucesivo, Gabriel-Vasco manifestará constantemente su carácter violento, siempre en relación con las mujeres, incluida su propia madre y, por supuesto, con Elena y Aurora, al experimentar distintas facetas de la sexualidad femenina, “desde el choque de dos naturalezas opuestas” (Oreamuno, 2012, p. 327).
Sin embargo, el desarrollo de su personaje no puede soportar la idea de lo siniestro en lo que se ha convertido, aquello que había temido toda su vida, y esto lo lleva a ir descendiendo a la locura que su madre ya había previsto. Emerge, así, otra especie de doble no siniestro: su conciencia, su Gabriel-puro, que lo hace cuestionar la forma en que vive su sexualidad, sus relaciones de pareja y su propia forma de ser. Dicho doble no es ajeno a la teorización freudiana; por el contrario:
La representación del doble no necesariamente es sepultada junto con ese narcisismo inicial; en efecto, puede cobrar un nuevo contenido a partir de los posteriores estadios de desarrollo del yo. En el interior de este se forma poco a poco una instancia particular que puede contraponerse al resto del yo, que sirve a la observación de sí y a la autocrítica, desenseña el trabajo de la censura psíquica y se vuelve notoria para nuestra conciencia como «conciencia moral» (Freud, 1986, p. 235).
A partir de ahí, el fin de Gabriel es predecible: la única forma de evadir al monstruo en que se ha convertido para “llenar la antigua representación del doble con un nuevo contenido y atribuirle diversas cosas, principalmente todo aquello que aparece ante la autocrítica” (Freud, 1986, p. 235), y sanar el trauma no resuelto, no es cegándose / castrándose para no verse o para dejar “de golpear” como lo hizo el Edipo sofocleo: la única “ruta de su evasión” es darse muerte por su propia mano, para extinguir a don Vasco, el padre siniestro, su doble; y liberarse, así, de la carga de su masculinidad destructiva que construyó a su “imagen y semejanza”. Solo de esta forma, se exorciza su culpa (la culpa que alguna vez sintió don Vasco) y puede lograrse que Aurora pueda encontrar su propia ruta, una que le lleve a una realidad distinta, a un nuevo amanecer; liberada, al fin, de la opresión masculina y especialmente de su carácter siniestro.
Conclusiones
A lo largo del primer capítulo de la obra La ruta de su evasión, se evidencia cómo elementos cotidianos y familiares adquieren una naturaleza inquietante y ominosa. La figura del padre, inicialmente concebida como protector y familiar, se transforma en una presencia adversa y violenta. Desde un enfoque hermenéutico, tal como lo proponen autores como Gadamer y Ricœur, el análisis literario implica una apertura interpretativa que permite al lector dialogar con los sentidos ocultos del texto –en este caso desde “lo ominoso”–, para reconocer cómo el extrañamiento de lo familiar activa procesos simbólicos y afectivos más profundos. En la obra, la aparente seguridad del “camino familiar” inicial se desdibuja, revelando un terreno desconocido y perturbador. Esta inversión de lo familiar hacia lo ominoso subraya la capacidad de Oreamuno para tejer una narrativa donde lo cotidiano deviene en espacio de angustia y terror para los personajes.
De la intersección entre la oposición de lo femenino-masculino, surge la construcción de la masculinidad siniestra. Gabriel, que se autopercibe al inicio como una especie de “héroe clásico”, enfrenta una confrontación con la feminidad a través de experiencias degradadas que remiten a traumas infantiles y deseos reprimidos. La feminidad (también en su manifestación siniestra, desde la óptica viciada de los personajes masculinos) se presenta como un elemento desestabilizador que desencadena la transformación de Gabriel hacia una masculinidad siniestra, marcada por la violencia y la represión sexual. Este enfoque revela una conexión intrincada entre las dinámicas de género y la construcción de personajes ominosos, que surge desde los traumas infantiles no resueltos.
La noción freudiana del doble se presenta como un elemento central en la evolución de Gabriel. La dualidad entre padre e hijo se manifiesta como una forma prototípica de evadir la muerte y superar el aniquilamiento. Al transformarse Gabriel con éxito en el doble siniestro de su padre (uno aún más siniestro), según el ejemplo aleccionador de este, se refleja una inversión ominosa, donde el temor inicial se convierte en orgullo. Sin embargo, esta dualidad no resuelve el conflicto interno de Gabriel, llevándolo eventualmente a un descenso a la locura. La muerte se convierte en la única vía de escape (evasión), no solo de la propia existencia ominosa, sino también de la masculinidad destructiva de su padre, que ha internalizado y que permite la liberación de lo femenino de ese constructo siniestro y avasallante.
Explorar el resto de la novela de Oreamuno, así como otras obras narrativas escritas por mujeres, desde la óptica freudiana de lo ominoso, es una tarea pendiente, que, sin lugar a dudas, permitirá develar con mayor detalle cómo la construcción identitaria de la sexualidad masculina y femenina, y de sus interacciones familiares y sociales, se desarrollan desde lo reprimido, lo nocivo o siniestro. Quizá dicho reconocimiento –desde lo literario– podría contribuir a generar oportunidades de superación de lo traumático en el plano consciente de los lectores, al dejar de reprimir y esconder lo ominoso que habita en sus entrañas, para orientarse a la construcción de una sociedad paritaria más sana.
Referencias
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